A continuación, Orgía de la palabra que llamea, plaquette de Zhrst 483 Flamísono (agregado el 18 de enero de 2009)
Ouroboros
Todo lo escondido tiene que quedar al descubierto.
Principio y final: sobre la arena
Las fauces devoran su cola.
En torno a esta figura
Se prosternan los amantes
Antes de abandonar sus cuerpos
Para repetir en los movimientos del amor
La respiración del universo contenida
En la sacerdotisa serpiente,
Protectora de enigmas, escanciadora de placeres.
Sus ojos tornan a un color primigenio
Aun cuando la mudanza tarde
Y el vértigo vuelva incomprensibles
Los conjuros, ante ti, Guardiana.
Rendimos nuestras voluntades,
Entregamos nuestras pieles
Para embriagarnos con ilusiones
Que nos das de mamar en tu regazo:
Cada temporada deja un sabor peculiar
En la boca, una punzada en los músculos,
Un aprendizaje del lenguaje mistérico
En el que se narran otros orígenes
Y se respetan distintas jerarquías.
Una escama cuando nace
Es más brillante que la anterior.
Y sobre el esqueleto de un cuerpo anterior
Se ha posado uno más flexible, arrogante,
Agresor. De mi cuerpo desprendes espirales,
Lazos invisibles trazan
Un polo magnético ajeno a la convención.
Cuando alguien atraviese mi dominio
Caerá como Torre de Babel.
Primero los predadores, después los hombres,
Mis parientes no tendrán necesidad de estar en pie de guerra:
Con sólo agitar los cascabeles intimidarán a los gigantes.
Seremos los rapsodas de los fenómenos naturales.
Un túmulo no es suficiente para honrar
La memoria de los antepasados, para ignorar
Las vejaciones que sobre nuestros lomos
Han acumulado tantos dioses,
Por eso a ti, Ouroboros, encomiendo mis trabajos.
En ti contienes el mar y el cielo, esos dos infinitos contingentes,
Las bestias inferiores, los temores de sus crías,
Los dominios de dioses depuestos, almas perdidas
Que vagan en la diáspora mientras cubren
Su desventura con la mudanza de tu piel.
Que tu aliento engalane los cortejos demoníacos
Y se entreguen con prontitud las doncellas
Para que los vástagos conformen un ejército
Y rindan, en rojizo amanecer, todas las fortalezas.
Eres la convicción profunda ciñendo la frente del salvador.
Descenso y ascenso: llamarada en la palma de su mano,
Fuego fatuo calcinando su corazón.
La palabra en la tira de papel pegada a su lengua.
Con el barro de los hombres haz una jarra
En donde recojas sus cenizas y con la arena
Un espejo donde reflejes tus vicios para la eternidad.
Claroscuro de la llamarada
I
Y ahora te percibo cercana
A través de este calor que confirma
Lo bello y sencillo de este sentimiento
No temo a la noche o a la triste calle
Estás llamando mi cuerpo
Me entrelazo a ti
En la armonía terrena del inframundo
Para que nazcan los colores
II
Llegas rumor
Advienes aurora
Invocas llama
Desciendes estela
Mandala
Cuerpo exultante
Agua absorbida por arena
III
Bendigo tus senos
Bendigo los colores
Bendigo la respiración
Bendigo tu rubí
Arremeto
Gracia de estar
Suspiro profano
Restos de una lengua
Un estremecimiento convoca
Al amanecer
IV
Llamarada
Arcano fulgor de la esmeralda
Orquídea que tiembla
Cauce de una luz olvidada
V
Vorágine lasciva
Entre verde y bruma
Llama el desasosiego
La voluntad de la sirena
Para constatar
Una consagración amorosa
VI
Secreto ajeno al tumulto
Necesidad de la danza
Invocación profana
Cuerpo abriéndose
Dos reptiles reptando
Juego que no cesa
VII
Te busco
Asciendo
Sinuoso
Deseo ser
Llama perpetua
Mas soy largo borde de un desfiladero
Repto
En la sombra melancólica del abismo que oteo
Estas escamas conservan
El resplandor de una gran explosión
La última que aún estremece
Y del volcán
Es el centro
Ouroboros
Todo lo escondido tiene que quedar al descubierto.
Paracelso
Principio y final: sobre la arena
Las fauces devoran su cola.
En torno a esta figura
Se prosternan los amantes
Antes de abandonar sus cuerpos
Para repetir en los movimientos del amor
La respiración del universo contenida
En la sacerdotisa serpiente,
Protectora de enigmas, escanciadora de placeres.
Sus ojos tornan a un color primigenio
Aun cuando la mudanza tarde
Y el vértigo vuelva incomprensibles
Los conjuros, ante ti, Guardiana.
Rendimos nuestras voluntades,
Entregamos nuestras pieles
Para embriagarnos con ilusiones
Que nos das de mamar en tu regazo:
Cada temporada deja un sabor peculiar
En la boca, una punzada en los músculos,
Un aprendizaje del lenguaje mistérico
En el que se narran otros orígenes
Y se respetan distintas jerarquías.
Una escama cuando nace
Es más brillante que la anterior.
Y sobre el esqueleto de un cuerpo anterior
Se ha posado uno más flexible, arrogante,
Agresor. De mi cuerpo desprendes espirales,
Lazos invisibles trazan
Un polo magnético ajeno a la convención.
Cuando alguien atraviese mi dominio
Caerá como Torre de Babel.
Primero los predadores, después los hombres,
Mis parientes no tendrán necesidad de estar en pie de guerra:
Con sólo agitar los cascabeles intimidarán a los gigantes.
Seremos los rapsodas de los fenómenos naturales.
Un túmulo no es suficiente para honrar
La memoria de los antepasados, para ignorar
Las vejaciones que sobre nuestros lomos
Han acumulado tantos dioses,
Por eso a ti, Ouroboros, encomiendo mis trabajos.
En ti contienes el mar y el cielo, esos dos infinitos contingentes,
Las bestias inferiores, los temores de sus crías,
Los dominios de dioses depuestos, almas perdidas
Que vagan en la diáspora mientras cubren
Su desventura con la mudanza de tu piel.
Que tu aliento engalane los cortejos demoníacos
Y se entreguen con prontitud las doncellas
Para que los vástagos conformen un ejército
Y rindan, en rojizo amanecer, todas las fortalezas.
Eres la convicción profunda ciñendo la frente del salvador.
Descenso y ascenso: llamarada en la palma de su mano,
Fuego fatuo calcinando su corazón.
La palabra en la tira de papel pegada a su lengua.
Con el barro de los hombres haz una jarra
En donde recojas sus cenizas y con la arena
Un espejo donde reflejes tus vicios para la eternidad.
Claroscuro de la llamarada
I
Y ahora te percibo cercana
A través de este calor que confirma
Lo bello y sencillo de este sentimiento
No temo a la noche o a la triste calle
Estás llamando mi cuerpo
Me entrelazo a ti
En la armonía terrena del inframundo
Para que nazcan los colores
II
Llegas rumor
Advienes aurora
Invocas llama
Desciendes estela
Mandala
Cuerpo exultante
Agua absorbida por arena
III
Bendigo tus senos
Bendigo los colores
Bendigo la respiración
Bendigo tu rubí
Arremeto
Gracia de estar
Suspiro profano
Restos de una lengua
Un estremecimiento convoca
Al amanecer
IV
Llamarada
Arcano fulgor de la esmeralda
Orquídea que tiembla
Cauce de una luz olvidada
V
Vorágine lasciva
Entre verde y bruma
Llama el desasosiego
La voluntad de la sirena
Para constatar
Una consagración amorosa
VI
Secreto ajeno al tumulto
Necesidad de la danza
Invocación profana
Cuerpo abriéndose
Dos reptiles reptando
Juego que no cesa
VII
Te busco
Asciendo
Sinuoso
Deseo ser
Llama perpetua
Mas soy largo borde de un desfiladero
Repto
En la sombra melancólica del abismo que oteo
Estas escamas conservan
El resplandor de una gran explosión
La última que aún estremece
Y del volcán
Es el centro
Bogotá, 1 de septiembre de 2004
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