A cientos de kilómetros está la casa. Llego a ella después de recorrer carretera por 10 horas. Bajo del bus y comienzo a caminar con 30 grados a la sombra. Mis pasos son lentos, no confiados: como si de reconocer un territorio se tratara. Atravieso una avenida que abre una zanja en esta ciudad de cicatrices: norte y sur, occidente, oriente; al fondo, las últimas montañas contienen al Pacífico, del que sólo busco una isla o tan sólo una playa. En silencio, comienzo a hablarme: aún no llego y ya me imagino abriendo la puerta, recibiendo la humedad y el polvo de frente –como si de fantasmas se tratara- corriendo las cortinas de la sala para que entre la luz, abriendo la puerta del cuarto trasero para que los perros salgan, ladren y se suban a las camas vacías, quitándome la camiseta, cogiendo la escoba, barriendo, luego trapeando, bajándome una, dos, tres cervezas, tentándome por una cajetilla de cigarrillos, pensando en un toyo al vapor para la noche y, al final, cuando ya el viento ha dejado una línea de polvo en los objetos recién limpiados, abriendo la puerta de madera y vidrio repujado con arabescos, está la biblioteca que contiene la historia leída de las personas que vivieron aquí, algunos juguetes y papeles que se los está comiendo el hongo: zen instantáneo que ya surtió su efecto. En silencio. En esta casa vivieron muchas personas en los últimos 60 años: cuatro generaciones, ahora en la diáspora. Mientras llego, veo carros raudos, colas de negros frente a unas ventanillas del gobierno municipal bajo el calor, picós. Silencio.
Aquí viví alguna vez en el corto lapso de tiempo que es una vida –me repito. Mas no me encuentro. Mientras veo pasar más carros, voy teniendo la impresión que lo vivido ya fue vivido y que no vale de nada recordarlo. Y Funes? Y la memoria? Entonces veo pasar las marchas de los que piden verdad y justicia y me siento como ellos, intentando no ser vaho. Son muchas las deudas pendientes con la vida. No quiero que suene ninguna canción en mi cabeza. No quiero que otro lenguaje se interponga en lo que siento ahora.
Abro la puerta y me adentro en esta historia.
¡Hágase el baile,
comience el dialogar de los cantos!
No es aquí nuestra casa,
no viviremos aquí,
tú de igual modo tendrás que marcharte.
Nezahualcóyotl
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Un blog muy interesante. Saludos desde PTB
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