jueves, diciembre 16, 2010

Hasta Luego

El hijo de la máquina




Hola y adiós -una canción de café tacuba envuelve esta nota de despedida que estoy escribiendo desde algún café de la carrera 15, en Bogotá.

Pero es tan sólo un hasta luego que he meditado desde hace días. 

Y para llegar aquí vale la pena contar una anécdota de principios de este año. Quería cerrar este blog. Esa es la anécdota. Y fue una idea recurrente durante muchos meses. Cerrarlo. Hoy, aún después de 12 meses, recuerdo esa intención. Reviso archivos que fui recogiendo durante meses. Repaso fechas en el calendario, marcadas, subrayadas, en las que la intención era clara, decisiva.

Sin embargo, eso no ocurrió.

Debo confesar que en este año agobiante que aparenta terminar en dos semanas, la idea de cerrar el blog y todo espacio en el que escribiera ha sido una constante. Pensado más allá de la angustia creativa, era como un paso para adentrarse en el proceso de encontrar un editor y convencerlo de publicar mis poemas. 
Pensando desde un enfoque tradicional, era cerrar la interacción virtual para perderse en el circuito de las revistas, los recitales, las convocatorias.

Así no fue.

Por el contrario, todos los esfuerzos hechos para publicar un volumen, para aplicar a una convocatoria con la intención de obtener un resultado positivo, para generar recursos que me permitieran crear un dominio, fueron infructuosos. Fallidos.

La vía digital seguía abierta. Mediante una serie de sincronías y conjunciones, este blog fue ganando lectores, estableciendo relaciones con otros blogs, manteniendo el nivel de las actualizaciones, todo gracias a la interacción sostenida con otros escritores y artistas que se han aventurado a habitar este vasto campo que es la red.

Empecé a testificar un cambio cognoscitivo: el desarrollo de la tecnología y la adopción de aspectos concretos de ésta en términos de humanizar nuestra interacción, ha permitido que la gente lea blogs, intercambie enlaces, comparta mp3s y fotografías sin que por ello nadie olvide que, al otro lado de la pantalla, hay otro que desea obtener la mayor reciprocidad, la mejor atención. 

Un cambio paulatino que coincide con la desaparición de las fronteras geopolíticas y las limitaciones de la lengua. Entonces, el sostenimiento de este blog fue una lucha a muerte contra todo: contra el aislamiento, la carencia, la mezquindad, la miseria intelectual, la hipocresía, de todos y de mi mismo en un entorno, esta ciudad y este país, que da la espalda, que hace callar, que olvida.

Como resultado de esta lucha, el acto de escribir se transformó en algo más que un impulso o un esfuerzo patético de romanticismo. A medida que aparecían más y más lectores desde tantas partes, un pacto tácito fue establecido: los poemas debían pasar más filtros, más ediciones de las que habían enfrentado antes. 
Así mismo, nacieron colaboraciones maravillosas con otros artistas, fotógrafos, poetas. Hubo un esfuerzo sostenido en leer y comentar en otros blogs. Y con el auge de las redes sociales, la mención a los que leían, a los que republicaban, a los que se adherían a tu red, demostró que la reciprocidad era imperativa y que el concepto que tenía de la escritura como un acto aislado fue transformado en un acto público e hipervinculado con las voces de los otros que pueblan los espacios digitales.

Algo en el núcleo del arte se está reconfigurando: el autor está desapareciendo o se está dando paso a las voces, al palimpsesto, a lo que era el rumor del bardo que recogía fragmentos de caminos polvorientos. Pero es un cambio que se adviene con lentitud, no por la tecnología sino por el ego del ser humano. Tal vez sea fallido.

En su propia capacidad para no desprenderse, para no abrirse con generosidad a los cambios, para no reconocer que el otro está en igualdad de derechos, nos hemos condenado a una destrucción sistemática y vertiginosa que no sólo atenta contra nuestra preservación como especie sino también como culturas y lenguajes: el olvido es un costo menor por la autodestrucción que hemos emprendido.

Esa ha sido la gran lección. Y el desengaño. La firmeza en las convicciones. La coherencia. Pero, sobre todo, el mismo gusto pueril por escribir ahora que tengo una pantalla y los cuadernos se amontonan, los lápices se pierden y la lectura se desplaza a los estallidos de la interfaz. Sin embargo, estoy agotado. Son las limitaciones propias de nuestro cuerpo: mis retículas neuronales aún tienen mucho por comprender, mucho por acomodar en árboles mentales, mucho por descifrar.

Esa es la razón de este hasta luego. Oxigenar la mente y descansar el cuerpo. Revisar todos esos cuadernos para concretar algunos proyectos que ustedes han venido conociendo, fragmentariamente. Avanzar en el plan de lecturas que trazo de manera intuitiva cada vez que leo algo que me mueve el intelecto. Dominar las herramientas para hacer libros electrónicos con la intención de transformar todo esto en un solo gran volumen, un palimpsesto. Encontrar una salida. Salir para no volver a esta ciudad y a este país. Son cosas que me ocupan y demandan solución.

A todos ustedes, cuyo nombre es legión, un agradecimiento.

Hasta luego.

Bogotá, bajo una lluvia torrencial, 16 de Diciembre de 2010.






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2 comentarios:

  1. siempre hay tiempo...para volver a empezar lo que no pudiste terminar.
    esta es la letra de una canción de una cantautora chilena Cecilia Echeñique .
    esta frase la hago mia y la comparto contigo .
    FELIZ NAVIDAD!!!
    un abrazo desde CHILE
    MANE

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  2. Te felicito que vuelvas a escribir...sigue adelante con esas palabras que hacen sentir en lo mas profundo del corazón...nunca es tarde para empezar...un abrazo

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