miércoles, octubre 20, 2010

A un poeta colombiano


Para comenzar, no frunza el ceño cuando declame:
sabemos que en su gesto quiere subrayar
las hambres, los desgarramientos, las recaídas,
el abandono, todo el inventario de la neurosis
que lo acompaña como una sombra
en el anhelo de perfección que lo caracteriza
y que ese producto final, aprobado con beneplácito por otros como usted, es tan solo una muestra lánguida 
de esa lucha que ha emprendido 
por ser el mejor poeta de Colombia.

No parta lanzas por batallas que no sean suyas.
No reclame victorias que no le pertenezcan.
Recuerde: es tan sólo una vida, la suya, 
con anhelos de eternidad,
menciones en las cartillas escolares, la enciclopedia,los suplementos dominicales,
las antologías internacionales, la cátedra 
y los reconocimientos
-ese Parnaso contemporáneo en el que el Nobel 
es objeto de deseo para sus poemas.

Esto para iniciar, ya que hay un decálogo de lambonería 
por repasar para añadir méritos a su carrera literaria 
e invocar motivos al poema:
ése que reviste de gravedad con esa postura rígida y entrecejo enmarañado,
pesado abrigo marrón, zapatos a juego, aire melancólico y trasnochado
que coincide con un perfil de tristeza contemporánea,
fruto del azar que no ha conocido la violencia.

Está claro que los estereotipos nos dominan,
así que sonría cuando haga su entrada triunfal o intente ese rictus irónico
al que nos hemos acostumbrado y luego juegue al incomprendido,
al marginal,al que no sabe qué lugar tomar,
al izquierdista, al facho, al arribista, al místico,
al de buena familia, al ladrón,
hágales entender que usted la tiene más larga y más gruesa,
más dilatada y lubricada, que su pistola es la más humeante,
que su espectáculo miserable es imprescindible para el ánimo de la reunión
aunque sepa que es tan sólo un payaso letrado, poeta
que en cada acto declama la caricatura de una tristeza
y después extiende la mano por unas monedas, un corrientazo,
un polvo con la estudiante, la solterona o la boba que siempre cae en sus actuaciones,
del que después se jactará porque todos los poetas vamos al cielo-según dijo
aquel que vivió de las mieles de la diplomacia y cuyo único logro
fue viajar a Argentina para ver pasar a Borges por la otra acera-
o merecemos el recato celeste de la sílaba -según dice otro, de buen yantar,
que siembra viñedos plúmbeos en España.

Porque la poesía colombiana ha sido y será hostia de las capillas, la pobre,
la del barrio, las cartillas, los saludos a la bandera,
la bohemia provinciana, la lambona,
la de las tesis de grado que fusilan los estudiantes de literatura
para ganar indulgencias ajenas con el poeta que más caga,
o no Alvarado? O no Jiménez? O no Rodríguez?

Ella, la del canelazo, el ron, el guarito, la marachafa y las viejas guarachas,
la de la protesta, la andina, la del cóctel chévere, la de Marx, Silvio y Pablo,
la de la Casa de Poesía Silva;
ella que sublima tu alma errabunda, poeta
deudor de la academia, la jurisprudencia y la sintaxis
porque, aquí entre nos, la poesía como oficio tiene su historia
y si no quiere perderse las fiestas, aspirar a un premio o a un cargo en la burocracia
es necesaria cierta majestad en los pasillos para preservar las apariencias
y saber que todo duelo de palabras siempre lo ganará el establecimiento
para el que todo es una cuestión semántica incluyendo las motosierras y el perico
mientras no le toquen los beneficios ni le cambien el estrato
o la tradición, ésa a la que usted adhiere por clase e historia,
ésa a la que usufructúa en sus recitales, y que defiende en su medianía
de la misma forma en que la metáfora combina con la corbata
siempre lista para el lunes perpetuo,
el bronce, el cobre, la plata.

 

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